NO SE BAJA VIVO DE UNA CRUZ

NO SE BAJA VIVO DE UNA CRUZ
Lo público y lo privado en torno a Guillermo Zapata

El caso del concejal Guillermo Zapata abre tres vías de diálogo, las tres muy interesantes: los límites del humor, la política como oficio y la memoria en tiempos de Internet. La memoria de Internet es nuestra memoria. De ésta, aprendemos a no escribir nada en la red que pueda ofender. Dicho esto, viendo al político pedir perdón entre sudores fríos, dio la impresión de que este hombre necesita el trabajo, necesita el sueldo. Por eso, dimite de cultura y no de concejal de distrito, cargo que está, con dedicación exclusiva, muy bien pagado. Y la pregunta es: ¿conviene pagar por la dedicación a la política? El político tendría que ser un voto entre otros votos, en comisión o en pleno, o, vale, en su despacho, pero eso, ¿cuánto tiempo exige a la semana, al día? El peso de la gestión municipal está o debería estar en cuerpos técnicos, de peritos, ingenieros, contables, interventores y administradores que pertenecen a la escala laboral, no a la política. En todo caso, un cargo elegido no debería cobrar más que lo que cobraba en su trabajo antes de ser elegido y, si el elegido no tenía trabajo o no tenía ingresos, con que cobre el salario mínimo interprofesional es suficiente. Y a las personas ricas, por encima de un nivel que se fije, habría que prohibirles entrar en política. No les dolerá: seguro que, entre su fortuna y la política, eligen su fortuna. Si con el estatuto del político pobre nos libraríamos de quienes quieren hacer carrera de la política (la política como algo de lo que se puede vivir), con el estatuto del político rico nos libraríamos de quienes entran en política para sus negocios. Después de poner a un Pujol, un banquero, al frente de un Estado o a un Berlusconi, un rico entre los ricos, nos quejaremos de que trafiquen o trapicheen. Hasta ahora, el argumento Piensos Sánders es que hay que retribuir muy bien el cargo público para que el cargo no se deje corromper. Tiren de ese argumento y a ver a dónde lleva. La sospecha es que Guillermo Zapata, sin cargo retribuido, también hubiera dejado el acta de concejal y habría quedado como un personaje, no heroico, pero sí redondo. Mientras que, ahora, nos quedamos con la duda de saber sus límites morales cuáles son y cuáles los límites de la instalada clase política que un partido como Podemos no cuestiona: maquilla con bajarse el sueldo ediles y alcaldesas que, aun con la rebaja, siguen ganando una pasta. En cuanto al sentido del humor del atribulado señor Zapata, Zapata tiene razón: con la excusa del humor, no se puede hacer daño a personas particulares (Irene Villa o Marta del Castillo). La broma, unidad mínima del humor, es un derecho del receptor, no del emisor. Pasa como con los piropos. ¿Sin mi consentimiento? No, gracias. Otro asunto es meternos o gastar bromas con instituciones o personas públicas que, por serlo, han de aguantar. Cuando la revista El Jueves publicó en portada una viñeta del entonces príncipe buscándose el plus de natalidad de Zapatero con su chica en la cama, el príncipe era la institución, la Corona con mayúscula, y si la Corona se personaliza en el príncipe es porque él se deja, así que no le quedaba otra que aguantar carros y carretas. Lo mismo vale para la pitada del Camp Nou: el público abuchea o silba lo que no le gusta y ese riesgo corre quien sube a escena; otras veces le aplauden. Quemar banderas no está bien, puede ser muy agresivo y manchar la calle, pero la bandera en sí no es más que un símbolo de algo que no tiene por qué gustar. Y si guiso un crucificado (receta: Javier Krahe), como si le echo patatas con huevo frito. El argumento de que no se puede ofender la sensibilidad de los creyentes es imposible en un mundo de creyentes. El Betis Balompié también tiene sus fieles y no se nos ocurre blindar el concepto Betis para que nadie se meta con él, qué tontería. Distintos son los chistes con Lopera (de buen gusto, yo no oí ninguno). Lopera, como particular, merecía estar a salvo de burlas de grueso calibre contra su persona, pero como presidente público de un club público tenía que soportar lo que le viniera encima, o mandar caso por caso, chiste por chiste, a los tribunales. Charlie Hebdo tiene razón. Nada hay privado en Mahoma o Jesucristo. Si me meto con ellos, que sean ellos, Mahoma o Jesucristo, no sus creyentes, quienes se defiendan o me lleven a juicio. Ya lo dijo Cortázar: No se baja vivo de una cruz.

Daniel Lebrato, Ni cultos ni demócratas, 17 del 6 de 2015

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