La pública y la privada

  1. globalizacion-x-forges

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    La enseñanza es un viaje, un medio de transporte, que nos lleva desde la infancia hasta la vida laboral. Y, de enseñanzas distintas, salen personas desiguales. Criaturas diferentes por raza, sexo y renta, añaden, estudiando, paquetes de ideología y de capacitación. Y aunque aceptemos la coexistencia pacífica con los colegios donde se cuece la desigualdad, lo inaceptable es que haya claustros y directivas de colegios o institutos públicos que quieran imponer con el dinero de todos idearios privados. A eso se llama currículo oculto. Por no decir prevaricación.


  2. La clave está en la ESO. En barrios pobres, la secundaria es la estación término: sacarse el Certificado y ponerse a trabajar. En barrios medios y ricos, la ESO es una estación de paso al bachillerato y la universidad. Quien crea que la declaración de igualdad de oportunidades y el sistema de becas corrigen este reparto de la desigualdad, que vea la estadística: en España hay muy poca movilidad laboral y poquísima en la escala social, y es muy raro el estudiante pobre que ‑como Lázaro de Tormes‑, partiendo de la nada, estudiando llegue al buen puesto que esperaba al estudiante rico. Lo normal es que la farmacia herede la farmacia.

  3. Enseñar a los pobres no es rentable, salvo para la religión o la captación de los pocos cerebritos que puedan salir del extrarradio, y, si acaso, para el Estado: la educación como factor de cohesión social. Sin embargo, enseñar a los ricos siempre ha sido un buen negocio, y ahí es el Estado el que viene a estorbar el tinglado de la vieja farsa que tienen montada la Iglesia y las nuevas empresas que se trabajan la demanda en alza de centros tipo college británico, que es el modelo que prefiere el PP, frente al liceo francés, que importó la Reforma con el PSOE.

  4. Había una posibilidad de que la educación, en vez de agrandar las diferencias sociales, las corrigiera. Y esa era la enseñanza única. Pero en la Transición el PSOE descartó la unicidad con dos pretextos peregrinos: uno, de índole democrática y de derechos humanos, que llamaron libertad de enseñanza, y otro, de índole presupuestaria: en España no había colegios e institutos suficientes y, por tanto, tenían que seguir la privada y la concertada para asegurar el acceso universal a la educación. Se dio así autoridad progresista a una concesión discutible y conservadora.

  5. Eso fue en 1978 y la pregunta es si no han tenido tiempo todos estos años para construir y dotar los centros públicos necesarios. Está claro que no ha habido voluntad política ni ánimo ninguno por inquietar los pilares de la Iglesia ni el Concordato con la Santa Sede, de 1979.

  6. Con la pérdida de los valores republicanos de escuela laica, que fueron los de la Institución Libre de Enseñanza (1876‑1936), se perdió la vieja aspiración a un cuerpo único de enseñantes con su consecuencia lógica, que hubiera sido la carrera docente, con movilidad laboral desde el magisterio hasta el bachillerato superior y con la posibilidad de jubilarse en la universidad, mediante convalidaciones y doctorados (no esos estúpidos cursillos para los sexenios), quienes empiezan sus carreras dando clases en colegios o institutos.

  7. La base ideológica y social de la excelencia es el quiero y no puedo (pagar los 600 euros al mes que vale un buen colegio de pago) de un profesorado público que en el fondo envidia la puesta en escena y el tableau d’honneur de la privada y que, con el pretexto de que todos queremos lo mejor para nuestros hijos, acaba imitando en sus centros de trabajo los valores de orden y superación, competición y jerarquía, donde el Estado pondría colaboración y compromiso, igualdad y coeducación.

  8. El currículo oculto deja de serlo cuando con orgullo se expresa, como excelencia o plan de calidad, dentro del Plan de Centro, la nueva Biblia. La Ley se presta al juego y, sobre la anterior división entre privada, concertada y pública, la pública se ramifica en dos niveles más: la enseñanza pública alta, que serían el bachillerato bilingüe o el internacional, y la enseñanza pública baja, la diversificación curricular. El atraso y la torpeza (la discapacidad de los menos pudientes) reciben un trato humanitario, de adaptación curricular, mientras al estudiantado normalito lo eclipsa el excelente, destinado a la cúspide social.

  9. El penúltimo fleco es la presión que vive la comunidad educativa en estos centros de alto rendimiento. Las familias transmiten al alumnado las tensiones del mercado de trabajo y la lucha por las pocas salidas universitarias de verdad bien retribuidas. El alumnado compite entre sí y por un quíteme allá lo que no entre en Selectividad y póngame más nota, por un ejercicio de nada. Y el profesorado, por aliviarse de tutorías y de cursos a los que hay que fijar cuanto más controles, mejor, y traerlos corregidos al día siguiente, para que sea verdad el agrado de las familias, expresado a través del Consejo Escolar, en comparación con la privada. De locos.

  10. Lo último es la mutación radical que han sufrido los claustros desde el noble concepto asociado a lo que fueron los seminarios didácticos. En la práctica, todo el poder lo tiene el director o directora, que ha dejado de ser primus inter pares, y que, en nombre del Plan de Centro, ejerce como jefe espiritual y, lo que es peor, de personal, que reparte horarios, áreas, permisos o bajas justificadas, hasta poner o quitar plazas con el pretexto de las necesidades docentes. De ahí, a que al profesor diferente se le trate como disidente, no hay más que un paso. Se llama acoso laboral y lo sufren profesionales de la enseñanza no por parte de un alumnado ingobernable sino de sus propias directivas. Que esto pase en territorio MEC, dominado por el PP, puede tener su lógica. Pero en territorio PSOE (‑Izquierda Unida, hasta hace poco) es algo que no se puede consentir. Habría que denunciar el doble juego de estos Dieguitos y Mafaldas, que con una mano cobran y con la otra trabajan, y que, con su firma de caucho y el retrato del rey en su despacho, se creen superiores a los demás y que, cuando el parte de faltas o el apercibimiento, nos tratan de estimado y nos hablan de usted dentro de un sobre. Nada más contrario a la universidad del saber, a la vocación de enseñar y a la paga que nos va a quedar.

Daniel Lebrato, 25 de febrero de 2015

Un comentario en “La pública y la privada

  1. Qué antiguo el debate. La pública iguala por abajo. La concertada por el medio. La privada por arriba. Usted, como yo, desde la pública que conocemos bien, mandamos a nuestros hijos a la privada, que criticamos para no condenarnos en el infierno ideológico. Es lo que tiene no querer envejecer ni claudicar.

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